Desde mediados del siglo pasado; y como consecuencia de los aportes de la filosofía del lenguaje, de la biología, entre otras áreas; la concepción del aprendizaje ha adquirido una nueva interpretación desde donde arranca una nueva comprensión de la realidad educativa, que se centra en hacer visible la subjetividad, como aspecto central para diseñar y generar espacios de aprendizaje efectivos y duraderos.
Aceptar la subjetividad ha generado un enfoque diferente y tremendamente potenciador al momento de construir aprendizajes: todos somos observadores distintos del mundo, constituidos por nuestra historia, biología y cultura; hemos estado instalando aprendizajes durante toda nuestra vida, y muchos de estos aprendizajes traducidos en patrones y modelos mentales, nos potencian y favorecen a la hora de enfrentar nuevos saberes, pero también nos obstaculizan y sabotean.
Para hacernos cargo, de esta realidad debemos aprender y potenciar nuevas competencias, competencias ontológicas, competencias genéricas adaptativas. Es este un enfoque diferente en el que el aprendizaje más importante es aprender a conocernos a nosotros mismos.
Aceptar la validez de la interpretación no significa relativismo, sino afrontar la complejidad de un método cualitativo que reconoce a los sujetos, protagonistas de la educación, como inconmensurablemente distintos, y con múltiples dimensiones.
El estudio de este carácter subjetivo presente en todos los dominios y acciones del hacer humano nos ha permitido “alumbrar” aspectos del proceso educativo y de quienes aprenden.
¿Qué es aprendizaje?, Qué es aprender?
No todo lo que hemos aprendido nos ayuda o potencia en un momento dado, reconocer a nuestros saboteadores implica un aprendizaje profundo en la identificación de formas de “movernos” e intencionar cambios sostenidos en cualquier dominio: nuestra forma de vivir las emociones, nuestra disposición corporal o nuestro lenguajear. Aprender a aprender incluye también aprender a desaprender. ¿Cuánto de esto observamos con meridiana nitidez? y conscientemente durante los procesos de aprendizajes personales y en procesos de otros?
Trabajamos bajo el supuesto que esta mirada está siempre presente, que es transversal y que por tanto la incluimos; sin embargo, ¿alcanzamos a mirar qué emociones están a la base de cada uno de nuestros alumnos en cada uno de los espacios que construimos?, ¿sabemos cómo modificar el contexto emocional aprendido muchas veces desde la primera infancia?, alcanzamos a ver desde su disposición corporal para qué acciones están disponibles y para cuáles les será muy difícil?
Estas interrogantes surgen generalmente de un momento inicial al aprender: el observar aspecto condicionante de los aprendizajes; y, necesitamos ir más lejos si queremos acompañar a los aprendices en un cambio significativo positivo, que se sostenga en el tiempo. ¿Cómo construimos desde nuestras propuestas educativas motivación, sentido y propósito?, ¿cómo hacemos un acompañamiento calificado para movernos por ejemplo, desde la rabia a la serenidad?; ¿desde la resignación a la ambición?, ¿desde la trivialidad a la profundidad?
Las disciplinas tradicionales, desde aprendizajes que se sustentan mayoritariamente en teorías parecen considerar un supuesto que alberga una ceguera en estos territorios y no estar dando cuenta de estas necesidades.
De esta manera podemos encontrar muchos supuestos más, no revisados suficientemente que cierran la conversación sobre cómo resolver temas profundos y extendidos como por ejemplo, los crecientes índices de alumnos en los sistemas de integración.
Este es un tema no menor hoy en nuestro país. ¿Cuántos de estos niños deben asumir un aprendizaje que busca la integración; pero que les ofrece sistemas similares solo con menor exigencia cognitiva, modificaciones metodológicas menores; ¿Cómo estamos midiendo las emociones que se encuentran a la base de sus limitaciones: rabia, frustración, desespero, desgano, resignación, inclusive indignación?
Esta propuesta se centra en plantearse preguntas no planteadas, en aprender a observar desde nuevas distinciones que amplíen la mirada de docentes y educadores para alcanzar mayores niveles de efectividad. Se requieren nuevas distinciones siempre abiertas nunca acabadas, metodologías que toquen la profundidad, experiencias vivenciales que conecten con la cultura, la genuidad y la ética a toda prueba.
Las limitaciones radican muchas veces en las cegueras que nos han puesto aprendizajes anteriores … construidos para problemas del pasado. Hemos incorporado aprendizajes que juegan un rol en contrario en nuestros propósitos y desafíos.
«Cada dos años se duplica el conocimiento tecnológico», en el mundo de Acuerdo a Pedro Echeñique, Premio de Física Príncipe de Asturias: «así que los estudiantes de hoy trabajarán con tecnología que aún no existen y se enfrentarán a problemas que no conocemos.»
Otras disciplinas como la ética, la epistemología y la ontología también avanzan a pasos acelerados en sus modificaciones y propuestas; por lo que los lideres sean estos gerentes , políticos, educadores etc.; se enfrentan a un gran desafío: nivelar el aprendizaje que se centra hoy muchísimo en qué se aprende y cuánto se aprende, con el cómo lo estamos aprendiendo y cómo sostener aprendizajes para un mundo que está cambiando, rehaciéndose y renovando sus saberes vertiginosamente; y que consigo alberga problemas inconmensurables e imaginados.
Una educación que incluya la integralidad de la experiencia humana; que permita un balance entre la lingüística conceptual y lo emocional y físico; y que distinga entre prepararse para ganarse la vida y prepararse para el vivir.
“Adoptar una perspectiva ontológica es buscar las formas de conocimiento y de lenguaje humano que son constitutivas del tipo de seres que somos”
“El rango de lo que pensamos y hacemos, está limitado por lo que no notamos; y solo hasta que notemos aquello, podremos trascender con nuestra acción y pensamiento”.